El legado del sueño

Érase una vez una escritora pizpireta y un poco loca llamada Eva que un día escribió un relato titulado "El legado del sueño". Trataba sobre una bella joven llamada Elena, que vivía en un remoto pueblo del Caribe y que tenía el curioso don de poder ver las fantasías de la gente que sueña despierta. Una habilidad que en general podía ser divertida pero, a veces, también engorrosa. Como es uno de mis relatos favoritos y, aunque ganó un premio, se imprimieron copias limitadas, he decidido incluirlo aquí, pero con un link externo porque es demasiado largo. Espero que lo disfrutéis.

(Ah, y si os hace ilusión tenerlo en letra impresa, podéis pedir el libro de cuentos aquí)

Budismo

Soy una bacteria. Me alimento, crezco, me divido. Muero.

Soy un gusano. Me alimento, crezco, repto, me reproduzco. Me comen.

Soy una araña. Me alimentan con restos de otra araña. Crezco. Tejo. Espero. Me alimento. Disfruto. Disfruto cazando. Disfruto comiendo. Un ave me devora. Se envenena.

Soy un pez. No tengo memoria. Ya no soy.

Soy un conejo. Mi madre me alimenta. Luego un granjero. Crezco. Hay alambradas. A veces, se llevan a uno de nosotros. No vuelve. Veo un agujero. Salgo. Prados. Campos. Bosque. Duermo. Como hierba. Vivo. Una tarde mis ojos captan un movimiento descendente. Corro, pero es tarde. Unas garras se me clavan y me elevan. Me matan.

Soy un halcón. Mi madre me alimenta con carne de conejo. Por alguna razón, esto es irónico. Crezco. Aprendo a volar. Cazo. Vuelo. Vivo. Intento alcanzar el cielo, pero no se acaba. Me apareo. Alimento a los polluelos. Les enseño a volar. Mueren dos. Cazan. Yo cazo. Todo se repite una y otra vez. Muero.

Soy un elefante. Vivo en la sabana con mi manada. Mi madre mi alimenta. Me baña. Me cuida. Crezco. Tengo una cría. La alimento. La cuido. La quiero. Caminamos. Comemos. Vivimos. Llegan humanos armados con palos. Nos apuntan con ellos y hacen ruido. Huimos. Protejo a mi cría del ruido. Se abren agujeros en mi piel. Sangro. Caigo. Muero.

Soy un hombre. Crezco. Estudio. Aprendo. Conozco la amistad, el odio. Hago el bien y el mal. Me enamoro. Voy a la guerra. Mato. Me hieren. Antes de morir, pienso en ella.

Soy una mujer. Crezco. Estudio. Aprendo. Quiero, odio, amo. Trabajo. Me enamoro. Tengo hijos. Los quiero, los educo para que no odien. Dos de ellos van a la guerra. Por alguna razón, esto es irónico. Mi hija se queda conmigo. Mis hijos mueren. Sufro. Sólo sufro. Luego olvido. Envejezco. Muero.

Soy un hombre. Crezco. Estudio. Aprendo. Amo a mis semejantes. Amo a mi Creador. Renuncio al mal. Hago votos. Predico mi fe. Fundo escuelas. Creo hospitales. Cuido a los enfermos. Alimento a los pobres. Conforto, rezo, sufro. Vivo. Me quieren y me admiran, pero no cambian. Envejezco. Muero. Me alejo del mundo mientras miles me lloran. Sé que he avanzado un paso. No sé hacia dónde.

Soy un árbol. Siento la vida fluir desde mis raíces hasta mis hojas. Siento la Tierra. Pasan años y años. Pasan décadas, un siglo. Siento el mundo cambiar a mi alrededor, pero yo vivo mirando mi interior. Doy vida, alimento y cobijo a cientos de criaturas. Siento la verdad palpitando dentro de mí. Pasan más décadas. Vivo, crezco, sé. Soy el más alto del bosque. Un rayo cae y yo caigo con él.

Soy madera, soy pasta, soy papel, soy libros. Soy miles de libros. Han dividido todo lo que sé en miles de letras e idiomas diferentes. Me han separado, copiado y dispersado por todo el mundo. Sé lo que quieres cuando me tocas. Sé lo que piensas cuando me abres. Sé lo que sientes cuando me lees.
Ahora sé.

¿Y cuando...? (II)

(Si no sabes de qué va esto, pincha aquí)

Fuiste a la playa. Te metiste en el mar y nadaste hasta no tocar fondo. El agua estaba fresca y en calma. Y, de pronto, algo rozó tu pie. Sí, algo GRANDE rozó tu pie. Otra vez.

“Bueno. Calma. Estamos en el Mediterráneo, ¿no? Es normal que haya pececillos y esas cosas”, piensas. Y, con lentas brazadas, comienzas a dar media vuelta para enfilar la orilla. Avanzas unos metros, pero entonces oyes un chapoteo detrás de ti. Te giras, pero sólo ves burbujitas. No hay duda, alguien te está gastando una broma. Puede que un submarinista chistoso o un niño cabrón con aletas y tubito marca carrefour, te da igual.

Las olas te empujan suavemente hacia un pequeño grupo de rocas que te oculta la orilla. Braceas y oyes un nuevo chapoteo, esta vez a tu izquierda. Te vuelves a tiempo para ver emerger del agua una cola de pez enorme y gris. “¿Tiburones? ¿Delfines? Que sean delfines, por favor”. El corazón te late a mil por hora. Más burbujitas y algo sale del agua. Una cabeza. Rubia. Ojos claros. Piel pálida. Preciosa. Parpadea y te mira con timidez. El corazón ya ni te late. Se ha quedado en estado de shock, como tú. Te agarras a un saliente del arrecife y la vuelves a mirar.

Ella se te acerca y parpadea otra vez. Sus pupilas ambarinas te recorren de arriba abajo. Parece tan desconcertada como tú. Aún no te lo puedes creer. Una sirena. Existen. Puedes notar el vaivén de sus coletazos bajo el agua. Ella alza la mano para tocarte. Ves unos dedos blanquecinos unidos por membranas. No tiene uñas. Te toca el pelo. Ella tiene algas y moluscos enredados en el suyo. Cada vez la tienes más cerca.

Es curioso cómo su proximidad sólo te produce repulsión. La idea de un tronco humano unido a una viscosa cola de pez te da repelús. Permites que te palpe con sus dedos escamosos mientras emite grititos horribles. Observas que en algunas zonas de su cuello la piel es casi translúcida y despide un brillo grisáceo. Puedes ver pequeñas venas azules y verdes. No tiene orejas, así que no te molestas en darle conversación.

Ella sigue dando grititos roncos que hieren tu tímpano. Son casi ultrasonidos, como los de un murciélago. Y, por supuesto, no tienes idea de su significado. La sirena te sonríe y ves dos hileras interminables de dientes puntiagudos, torcidos y terriblemente afilados. Como los de un pez. Te estremeces al tiempo que el agua que os rodea comienza a burbujear. Y entonces comprendes lo que te espera. Lo que grita esa apestosa sirena a sus congéneres.
El almuerzo está listo.

¿Tuviste miedo cuando...? (I)

(Si no sabes de qué va esto, pincha aquí)

Era de noche. Volvías a casa y, al entrar en el portal, un vecino retuvo la puerta y entró detrás de ti. Cuando le miraste bien, te diste cuenta de tres cosas: que no era un vecino, que estabas sola y que la única salida estaba detrás de él...

Vacilas entre llamar al ascensor o subir corriendo las escaleras. ¿Para qué? No tienes tiempo. Por tu mente pasan todas esas películas de terror en las que el psicópata atrapa a la chica tras una larga persecución hasta la azotea. Y después, esas miniseries en las que el chico aparentemente encantador pulsa el botón de stop para bloquear el montacargas y suelta una risotada siniestra. Una voz te interrumpe y te pregunta: “¿Subes?”. Es el desconocido, que te mira entre interrogante y aprensivo mientras sujeta la puerta del ascensor. Entonces te das cuenta de que te has quedado alelada en mitad del portal, con tu cara de pánico, que no te favorece. También te das cuenta de que sí le conoces, es el nuevo novio de la del 3º B, y encima está bueno. Qué vergüenza. “No, creo que mejor subiré por las escaleras”, respondes.
Total, sólo vives en el octavo.

Estabas en un avión. El piloto ordenó a los pasajeros que se abrochasen el cinturón. Os aproximabais a una zona de turbulencias. En ese momento, miraste por la ventanilla y notaste que la hélice de uno de los motores giraba más lentamente de lo normal. Y, justo entonces, se paró...

Te despiertas gritando. Suena un toc-toc en la puerta de tu cuarto y aparece tu padre. “¿Ya estás despierto? Bueno, pues venga, que vas a perder el vuelo”. Se va y tú permaneces tumbado en la cama. Intentas ordenar tus pensamientos. Ser racional. Pero sólo atinas a palpar frenéticamente el cabecero de madera pensando: “Mierda, mierda, mierda”.

Ibas a acostarte, cuando descubriste que había una araña enorme y peluda en tu habitación. No se movía, pero estaba ahí. El techo estaba demasiado alto y no pudiste matarla. Te resignaste. Apagaste la luz e intentaste dormir...

Te quedas dormido. Sueñas con rayas y círculos. Sueñas con patas que se mueven. Sueñas con pinchazos. En algún momento algo te despierta a medias, pero permaneces sumido en una duermevela inquieta. Tu mente consciente se une a la orgía nocturna aportando recuerdos. Sueñas con el email que recibiste hace dos días. Una voz impersonal te recita su contenido. “Hay arañas gigantes que viven en el desierto y que, cuando te pican, te inyectan novocaína, ¿sabías?” Asientes y por tu cabeza desfilan imágenes horripilantes. “Su veneno te deja tan atontado que ni siquiera notas sus mordiscos mientras duermes. Así que, por la mañana, te despiertas sin medio brazo o sin media pierna porque han estado dándose un festín durante toda la noche, ¿genial, verdad?”. “Magnífico, pero ahora quiero despertar”, piensas. Aun así, tardas bastante en hacerlo.
Hasta que oyes los gritos de tu madre.

(Tercera parte)

Hache

Lo peor de todo, piensa la joven, no es que la hayan separado a la fuerza de su familia. No. Ni tampoco que la hayan secuestrado en mitad de la noche, y que la estén conduciendo a tierras extrañas dios sabe con qué intenciones. Lo peor, lo que le revuelve las tripas de sólo pensarlo, es que todo el mundo creerá que la culpa ha sido suya. Que ha accedido de buen grado a fugarse con ese viejo gordo y pretencioso que ahora se pasea por la cubierta del barco rodeado por su corte de correveidiles. La joven tuerce el gesto e ignora su saludo cuando éste se le acerca en compañía de varios de sus cómplices, que agitan copas de vino entre cánticos y berridos. Si tuviera valor, se arrojaría al mar en ese mismo momento para ser pasto de los tiburones, piensa. Pero no lo hará. Seguirá viva aunque sólo sea para arrancarle los ojos a ese cronista vendido, petulante y analfabeto que, a apenas unos metros de ella, está falseando la historia de su tragedia. Ahora es el momento. Nadie mira. Con cautela, escondiendo la daga entre los pliegues de su vestido, la joven se acerca a él y antes de atacarle, ojea rápidamente su manuscrito.
- Omero, grandísimo obtuso, ¿acaso no sabes que Elena también se escribe sin hache?

Soberbia

Domenico Aristide, pintor aclamado, genio de la escultura y discípulo rebelde de Miguel Ángel, se ha retirado de la pugna que desde hacía tres años mantenía con su antiguo maestro para ver cuál de los dos era capaz de crear la figura más hermosa y perfecta.

Sabido es ya en Roma que Miguel Ángel terminó de esculpir hace apenas cinco días el Moisés que ornará la tumba de nuestro papa Julio II. Y los pocos elegidos que han tenido ocasión de ver la obra terminada afirman que su majestuosidad no tiene parangón. Su excelencia Lorenzo de Médicis asegura que la escultura es tan real, que pareciera tener vida propia; de hecho, según los rumores que circulan por la ciudad, al concluir el Moisés, el propio Miguel Ángel, en un gesto que podría calificarse de herético, golpeó la escultura en la rodilla y le ordenó que hablara, perturbado por el realismo de su creación.

También se rumorea que este episodio pudo ser el origen de la misteriosa locura de Domenico Aristide, quien desde entonces permanece encerrado en su palacete y se niega a recibir a nadie. Sus allegados han explicado a las autoridades que, un día después de que se anunciara la culminación del Moisés, Aristide les reveló que su escultura ya estaba casi terminada. Y no volvieron a verle.

Tras enviar varios emisarios a su residencia sin éxito, en la tarde de hoy, el padre Francesco ha conseguido hablar con él. Según nos ha informado, Aristide no come ni duerme desde hace varios días y permanece sumido en un extraño delirio. En la casa no hay indicios de escultura alguna y la única criada que sirve allí, una joven muy bella, pero al parecer sordomuda, no ha sabido indicar al padre Francesco su paradero.

En cuanto a la locura de Aristide, éste parece estar convencido de que ha cometido un horrible pecado, aunque no quiso que el sacerdote lo oyera en confesión. Las únicas palabras que le dijo antes de que abandonara la casa fueron: “A mí me obedeció, padre. Levántate y anda, Venus. Eso le dije”.

Y señaló a su criada.