Hierba

Sólo tiene seis años, y sus bucles rojizos se agitan mientras corre por el jardín, presa de la risa, sus rodillas manchadas de tierra y las mejillas encendidas; sabe que es verdad, los duendes existen, claro que existen, y se tiende bajo ese árbol, la respiración entrecortada y una risa nerviosa burbujeando en su garganta, cuando ve otra vez esa figurilla minúscula, esa hierba verde que no es hierba, moverse imperceptiblemente; si se acerca bien puede distinguir su diminuto rostro arrugado; un poco más, y la criatura parpadea con sus ojillos de manzana; otro poco más, y a su nariz de niña asciende el aroma a musgo del ser; otro poco más, y ahora parece más grande, tiene boca, una boquita pequeña que se mueve; la niña se acerca, y sus oídos no oyen lo que el duende dice; otro poco más, la boquita verde se mueve en silencio; un poquito más, y la niña ya no es niña, ahora es flor. Un mordisco más, y el duende comienza su almuerzo.

Decepción

La señorita Agnes admiraba secretamente al Cruciforme.

En ocasiones, cuando el viento hacía chirriar los ventanales de su vieja escuela, la profesora se estremecía imaginando la visita inesperada del monstruo. Se ajustaba las lentes y sus ojos recorrían el aula llena de niños pálidos, pensando en la cantidad de tiernos manjares que podría ofrecerle.

Sin embargo, Agnes jamás había confesado a nadie sus sentimientos, pues sabía que no serían bien vistos en una maestra. En su lugar, solía aterrorizar a los alumnos con la amenaza de que el Cruciforme vendría a llevárselos si no se aplicaban. Cuando un estudiante no se sabía la lección, la señorita Agnes entornaba sus ojillos acuosos y esbozaba una sonrisa con sus labios de carpa. Entonces comenzaba a detallar los crímenes más horrendos de la criatura mientras desollaba nudillos con su vara de avellano. Se recreaba en los detalles sangrientos al tiempo que retorcía las pequeñas orejas infantiles. “Es por vuestro bien, queridos míos”, decía.

Una tarde, el Cruciforme decidió visitar la escuela atraído por los rumores de la admiración que le profesaba la maestra. El monstruo sentía debilidad por las profesoras jóvenes e inocentes. Por eso, cuando descubrió que la señorita Agnes no era joven y mucho menos inocente, se sintió frustrado. No le gustaba perder su valioso tiempo. Antes de que Agnes pudiera abrir la boca, el Cruciforme la atrapó con sus garras para divertirse un rato. Los alumnos le observaban impasibles, sintiendo una extraña mezcla de horror y regocijo al escuchar los gritos de su profesora.

Ahora hay una nueva maestra en la escuela. La señorita Miranda. Es más joven y guapa que la señorita Agnes, y tan inocente, que piensa que las baldosas del aula siempre han sido rojas.

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Para Santi, el creador de esta adorable criatura.