Examen

No había visto el coche venir. Estaba distraído pensando en sus cosas. Aquel despiste al terminar la ecuación. El cero en matemáticas. La sonrisa irónica de la profesora, mientras ensuciaba de rojo su expediente. Caminaba a casa con lentitud, arrastrando invisibles cadenas de plomo. Adivinaba la mirada reprobatoria de su madre en la distancia. Ya sentía el castigo enroscándose en su cuello como una soga. Y entonces aquel zumbido, el golpe seco, volar por los aires. No llegó a ver el paisaje girado. Exhaló un suspiro de alivio, pensando en lo poco que había faltado. Y echó a andar ligero, extrañamente feliz, dejando atrás su cuerpo y la cartilla de notas.

Performance

No me gustan las exposiciones de arte moderno, pero según mi esposa aquel artista rumano era un caso excepcional y sus obras habían cosechado críticas fabulosas en toda Europa. Así que, para sorprenderla, compré dos entradas a precio prohibitivo para el día de la inauguración.

Cuando llegamos, los demás visitantes caminaban en silencio reverencial por las estancias pintadas de negro, admirando los crucifijos invertidos y las esculturas aberrantes que a mí me provocaban deseos de persignarme. De vez en cuando mi esposa señalaba una de ellas y hacía algún comentario sesudo, pero su rostro parecía tan pálido y descompuesto como el mío.

La última sala estaba oscura y vacía, a excepción de una pantalla de vídeo en la que sólo se veía nieve. Todos los visitantes nos apretamos en silencio frente a ella, aguardando a que las motas blancas y negras dieran paso a una imagen, pero no ocurrió nada. Consulté nerviosamente mi reloj, sintiendo que algo funesto se avecinaba. De pronto mi mujer me tocó el brazo y miré la pantalla. La nieve se había agrupado formando la silueta de un hombre y una mujer, ambos sin rostro. Estaban desnudos y sus cuerpos desprendían algo tétrico que no pude precisar. Los dos caminaban lentamente hacia nosotros desde el fondo de la pantalla. Se acercaban poco a poco, con aire amenazante, mientras el público aguardaba fascinado.

Yo me sentía cada vez más inquieto. Cuando sus rostros deformes comenzaron a hacerse visibles, oi que alguien cerraba desde fuera las puertas de la sala. Presa del pánico, corrí sin pensar hacia la única salida que quedaba abierta. Detrás de mí escuché el sonido del cristal al quebrarse. Una mujer chilló. Los gritos de los demás eran inaudibles desde la calle.

Hoy he leído en el periódico una crítica excelente de la exposición.
Mi esposa aún no ha vuelto a casa.