La cena
"Además, el pollo rebozado siempre humea demasiado y sé cómo huele. Esto es otra cosa", dijo él, mientras se servía un plato más de mi delicioso estofado. "Venga, cariño", me dijo con la boca llena, "confiesa, ¿has sido mala? ¿Has comprado solomillo?", y sonreía masticando a dos carrillos, el muy cretino. “No me gusta que derroches así, ya sabes. Te lo descontaré de la paga”, concluyó con un eructo. Yo asentí en silencio, observando el temblor de su papada al deglutir. Igualito que un cerdo, pensé. No, igualito que su madre. Esa bruja. Siempre presentándose en casa sin avisar.