El policía tiene el pelo completamente blanco y sonríe con suficiencia. Nos observa temblar y patear mientras hacemos cola en la puerta de la comisaría. El invierno ha caído inesperadamente sobre Madrid y nosotros, inconscientes y confiados, hemos salido hoy de casa con chaquetas ligeras que nos dejan completamente indefensos ante este viento que reseca las mejillas y corta los labios. Yo me froto los brazos y me apoyo en la pared de piedra buscando cobijo, pero es inútil. Siento deseos de restregarme contra ella para ver si así entro en calor, pero mi cuerpo se niega a moverse. Miro al policía, que, indiferente a nuestra tortura, hace guardia ante la puerta abrigadito con guantes y chaquetón. Él me devuelve la mirada. “¿No podríamos esperar dentro?”, le pregunto, “llevamos aquí una hora, vamos a pillar una pulmonía”. Mientras hablo, intento sonreír, pero mis dientes castañetean tanto que sólo me sale una mueca. Las señoras que están detrás de mí me dan la razón. El policía menea la cabeza con esa sonrisilla falsa. “No, mi niña, dentro no hay suficiente espacio y podéis estorbar el trabajo de mis compañeros. Tenéis que esperar aquí”, dice. Las señoras protestan. “Dentro sí hay espacio”, dicen. “Hay sillas libres incluso”. No puedo creerlo. Echo un vistazo por la ventana y veo bancos vacíos y funcionarios trabajando en manga corta. Le miro indignada. El policía se encoge de hombros y pide paciencia. Paciencia. Mis uñas ya están azules y las manos me tiemblan tanto que me cuesta cerrar el puño. Mi golpe le coge de sorpresa, pero no parece hacerle daño. Apenas sí he rozado su mejilla, no tengo fuerzas. El policía se coloca bien la gorra y mira a las señoras, que se han quedado mudas ante mi ataque. “Ustedes pueden pasar”, les dice, y luego me mira con expresión apenada, “tú te esperas aquí”. Desolada, bajo la vista y me apoyo de nuevo contra la pared. Hoy tampoco podré renovar mi DNI.
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(Otro deber del master. Conseguir un efecto expresivo de frío sin mencionarlo. Y darle sentido, que sea el motor del relato y blabla. Pronto el profesor me lo destrozará, así que no os cortéis :-P)
Halloween
La puerta era de color marrón chocolate y un aroma delicioso salía del interior de la casa. Llamaron al timbre. Les abrió una sonriente anciana de aspecto bonachón.
- ¿Qué queréis, pequeñines?
- ¡Truco o trato! -chillaron Hansel y Gretel.
- Trato, por supuesto, pasad a la cocina.
- ¿Qué queréis, pequeñines?
- ¡Truco o trato! -chillaron Hansel y Gretel.
- Trato, por supuesto, pasad a la cocina.
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