No sé qué me pasa...

... pero mi último cuento me ha salido así. En cuanto averigüe qué he comido me medicaré. Es que prefiero no jugar con versos, en mi caso es como hacer malabarismos con copas de cristal...

Crucigramas

Érase todos los días
una princesa encantada
que vivía
en un sucio apartamento
con una nevera vieja
dos siameses
y una cama sin dosel,
valiente invento.

No era hermosa
ni elegante,
pero como todas las princesas
hechizadas
tenía un don.
Su mente imaginaba
crucigramas imposibles
que enviaba a diarios
regionales,
deportivos, nacionales
en busca del príncipe soñado
capaz de averiguar
su solución.

Y he aquí que
cierto día
Ramiro, un cuarentón
oficinista,
miope y medio calvo,
pero artista en encontrar palabras
escondidas
completó de arriba abajo
sin trampas
sin errores
el crucigrama mágico y entonces
las letras se movieron
cual resorte.

Ramiro vio asustado
que la tinta
reptaba en lentas curvas
dibujando la sonrisa de Susana
la princesa,
sus orejas, su nariz
su faz traviesa.
Y al lado de esa cara encantadora
los números bailaban
señalando
el teléfono de tan dulce señora.

Y Ramiro, casado, con dos hijos
y miedoso,
creyendo que un vecino,
su suegra, un adivino,
igual le daba,
habíale lanzado
un mal de ojo,
rasgó en pedazos el papel,
suspirando, no sin antes
echarle un buen vistazo
a aquella chica
tan mona, tan simpática,
tan lista,
que ahora yace ensangrentada
en su cocina
con el rostro angelical desfigurado
y ni una pista
para poder vengarse
de su amado.