Retrato con sombrilla

El cuadro está en el dormitorio de mi hermana. Antes de que ella naciera, aquella era la habitación de invitados, y el retrato ya estaba allí. No sé en dónde lo compraron mi padres, sólo recuerdo que me pasaba las horas muertas mirándolo cuando era pequeña. Un prado infinito. Una joven vestida de rosa que sujeta una sombrilla. Inclina la cabeza de manera un tanto forzada y mira fijamente el suelo, mientras el viento le agita los cabellos. Rubios. Cabellos rubios. Cómo la envidiaba.

De pequeña yo quería ser rubia y tener los ojos azules. Quería una melena larga y lisa. No aquellos mechones negros y enmarañados que parecían lana de oveja. Cierro los ojos y recuerdo a aquella niña gorda y morena, vestida siempre con petos para disimular la tripa, contemplando admirada el vestido rosa, la sombrilla, el pelo. Luego los abro y me miro en el espejo. Diez años después, nada ha cambiado. La niña gorda y morena ahora es una joven gorda y morena. Con mechas rubias, pero morena.

Ah, pero el cuadro también ha cambiado. Ahora mis ojos lo ven de otra manera. Y, triunfante, me giro y encaro a la joven rubia que, en realidad, tampoco es tan rubia. “Castaño claro”, determino triunfante. Y tampoco está tan delgada, ni su vestido es tan bonito. De hecho, le sobran unos kilos.

Pero lo más gracioso es que ni siquiera es bella. Aunque tiene el rostro inclinado, puedo distinguir perfectamente sus facciones. Sus rasgos marcados, sus ojos demasiado grandes. Tiene la piel oscura y la mirada de zorro. “Tiene cara de chico”, pienso. Asombrada por mi descubrimiento, observo su rostro y murmuro: “Tú también eres fea”.

Entonces, muy despacio -tanto que, por un instante, casi parece lógico-, la chica del retrato levanta la cabeza. Endereza los hombros. Clava sus ojos penetrantes en los míos. Y empieza a chillar.

Chilla tanto, que grito con ella. Me tapo los oídos para no oír sus insultos. La garganta se me cierra y me quedo sin voz para disculparme.

Por fin, se calla. No me atrevo a levantar la cabeza. Miro fijamente al suelo y, aunque una corriente de aire me despeina, no muevo ni un dedo.

El vestido que llevo no me queda bien. Consciente de que me miran, intento meter tripa.

6 comentarios:

Fernando García-Lima dijo...

Qué buen rollito da... Voy a hacer de periodista en funciones: señorita Díaz Riobello, ¿se trata de un relato autobiográfico? Lo digo por lo de la lana de oveja, jiji.

Eva dijo...

Pues el cuadro existe, pero evidentemente la chica no soy yo... ¿o me estás llamando gorda?

:-P

Anónimo dijo...

Hola Eva, soy Maria la amiga de Sara. Como ves, tu hermana hizo buena publicidad de tu pagina y de vez en cuando me paso por aqui. Me gustan mucho tus relatos, enhorabuena!
Hace poco lei "Expiacion". Me parecio muy interesante. Aunque no vea muy claro el "real significado" del relato esta genial, asi cada uno le echa imaginacion. Estaria interesante de todas formas, que hicieses un pequeño comentario =)
Muchos saludos! -y perdona por el rollazo-

Eva dijo...

Hola Maria!!!

Tienes razón, la verdad es que es difícil pillar el final de Expiación si no conoces el mito de Casandra. He añadido un link al lado del relato para completar información. Hay dos versiones del mito, pero la más famosa (y la que utilizo yo) es la segunda. También tiene relación con el mito de Prometeo y el castigo que le inflingieron los dioses.

Anónimo dijo...

Gracias Eva!
La verdad que ahora está mucho más claro.
Maria =)

Anónimo dijo...

HEY, me gusta este relato!

Hola, te he descubierto paseando por la lista de participantes, y me alegro de ello.

Saludos, niña, me pasaré más por aquí!