
La luz del ocaso cae sobre el paraíso terrenal. Dios y el Diablo charlan distraídamente, mientras pasean por la orilla del río. De pronto, al doblar un recodo, encuentran a Adán dormitando, rodeado de manzanas mordisqueadas. Se quedan quietos un momento, observando su barba rala, su tripa prominente y sus genitales ridículos. Al cabo de un rato, Satanás rompe el silencio. “¿Sabes? Yo creo que quedaría mejor si tuviera más pelo en la cabeza y menos en la cara. Y tal vez esos bultos de ahí le favorecerían más si se los colocaras en el pecho”. Dios hace una mueca de aburrimiento. “Haz la prueba si quieres. Es difícil que su aspecto empeore más de lo que está”. “¿En serio, puedo? Entonces, permite que te robe un trocito”. Y, tras palpar con cuidado la costilla de Adán, el Diablo se decide por su dedo índice.
Hipótesis 2:
La luz del ocaso cae sobre el paraíso terrenal. Dios y el Diablo charlan distraídamente, mientras pasean por la orilla del río. De pronto, al doblar un recodo, se encuentran con los restos de una hoguera. Esparcidos a su alrededor hay cáscaras de fruta y huesecillos de animales. Se quedan quietos un momento, observando esos desperdicios que alteran la armonía de la Creación. Al cabo de un rato, Dios rompe el silencio. “¿Ves a lo que me refiero? Son sucios, estúpidos y haraganes. Se pasan el día comiendo, durmiendo y fornicando. No se molestan en hacer nada productivo. Ni siquiera son decorativos. Me pregunto cómo puedo librarme de ellos sin quedar mal”. Satanás hace una mueca de aburrimiento. “Eso es fácil si son tan tontos como dices. De hecho... ¿cómo se llamaba ese árbol que le gusta tanto a Adán?”. “¿Cuál? ¿El manzano?”. Satanás asiente. “Tú cámbiale el nombre y prohíbeles que coman de él. Yo me encargo del resto”.
Hipótesis 3
La luz del ocaso cae sobre el paraíso terrenal. Dios y el Diablo charlan distraídamente, mientras pasean por la orilla del río. De pronto, al doblar un recodo, se encuentran con un grupo de monos tití que juegan en el barro. Varios de ellos han conseguido moldear una montaña informe de lodo y saltan a su alrededor. Al cabo de un rato, Dios los espanta con un bramido. “Acabo de crearlos y ya se construyen ídolos primitivos. Qué vulgaridad”, murmura disgustado. A su lado, Satanás contempla con curiosidad la figura simiesca. Sonríe entre dientes e intercambia una mirada cómplice con Dios. Éste frunce el entrecejo y, por último, suelta una carcajada. “¿Estás pensando lo mismo que yo?”.