Despertar (II)

Llevabas muerta cinco días, pero tu belleza permanecía intacta tras el cristal empañado del congelador. Nunca supe cómo tus hermanos consiguieron bajarte al sótano y auparte ahí dentro, el mayor apenas tenía siete años. Me suplicó entre lágrimas que hiciera algo, estaban a punto de cortaros la luz, pero yo sólo podía mirar tu rostro helado, tus labios como cerezas maduras que decidí devorar allí mismo, sin contemplaciones. Me arranqué el mono de trabajo, tu cuerpo entró en calor con mis embestidas. No recuerdo en qué momento abriste los ojos, sin beso de por medio. Algún día, cuando salga de la cárcel, viviremos felices.

Desmemoria

Por lo menos, para las mujeres tiene mejor gusto que para la ropa. En cuanto ha esquivado al portero, se ha ido derecho hacia la hija de la duquesa, tan guapa y tan inocente ella, con esa carita blanca de camafeo victoriano. Le daré unos minutos para que se presente y la corteje un poco. Después, lo sacaré discretamente por la puerta de la cocina. Menudo chaqué se ha puesto hoy con el pijama, parece un viejo dandy. El pobre ya no recuerda que sus tiempos han pasado, que es demasiado mayor para vivir de gigoló. Suavemente, le toco en el hombro. “Por fin te encuentro, papá. Vámonos a casa”.