Genes

Al entrar en su despacho, el doctor contempló a la pareja que, con evidente tensión, aguardaba los resultados de sus análisis. Ella era menuda, con melena negra y grandes ojos castaños. Él era tan guapo que dolía. Los bucles rubios le caían a ambos lados de la cara, enmarcando una mirada azul y serena. Sin embargo, estos detalles quedaban eclipsados por las enormes alas blancas que emergían de manera natural de sus omoplatos. El nerviosismo le hacía agitarlas inconscientemente, arrancando susurros al aire y esparciendo plumón sobre la alfombra.

El médico apartó la vista, confuso, y volvió a revisar sus papeles. Mal, todo estaba mal. O bien. No lo sabía. Carraspeó. La joven ya no pudo controlar su impaciencia. “¿Entonces, doctor, cómo está yendo todo? ¿Nuestro bebé está bien?”. El médico volvió a carraspear y se sentó frente a ellos. Observó de nuevo las ecografías. “Bueno”, comenzó a decir, “tiene todos los miembros completos y en su sitio, y parece que todo va bien para estar en el quinto mes... Además... hum... a pesar de nuestros temores no ha desarrollado... eh... ciertas peculiaridades que podría haber heredado del padre”, hizo una inclinación hacia el hombre rubio, que asintió con seriedad. “Pero”, prosiguió el doctor, “han aparecido ciertas deformaciones insólitas que nos preocupan y que no sabemos a qué atribuir. Observen ustedes mismos”, dijo tendiéndoles las ecografías.

La pareja se inclinó sobre la imagen borrosa del feto. En ella se apreciaban las extremidades encogidas del bebé y la silueta del cordón umbilical, cuya línea parecía prolongarse más allá del estómago, como una cola alargada. Además, en su cabeza se apreciaban dos pequeñas protuberancias. La madre lo observó detenidamente y, al cabo de un momento, asintió complacida. “Vaya, pues parece que el pequeñín ha salido a su abuelo”, dijo.
Y sonrió al médico, mostrando dos afilados colmillos.