Lealtad

El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral. Ni siquiera tenía que haber abierto la puerta. Sus órdenes eran claras: acompañar al niño de las llagas hasta el despacho de Su Santidad y que entrase solo. Pero el niño se resistía, quería volver con su madre. Lloraba, se le abrían las heridas de las manos, le manchó de sangre el jubón. Y aquel olor a uva fermentada que despedía tampoco ayudaba a aclararle las ideas. Por eso, cuando llegaron abrió la puerta de golpe, dispuesto a empujar al mocoso dentro, pero se paró en seco. En mitad de la estancia se alzaba una cruz de madera, recta y firme, ocupando el lugar de los sillones para visitas. El niño se acercó a ella, curioso, ignorando los tres clavos que tintineaban en las manos del Santo Padre. El comandante, como dijimos, nunca llegó a cruzar el umbral. Tragó saliva. Y cerró la puerta.


(Con este micro me presenté a última hora al concurso de Getafe Negro pero no hubo suerte. Aun así, aquí os lo dejo para los anales del blog. Me tenía que salir la vena seudosatánica, claro ;-)

3 comentarios:

Mar Horno dijo...

La vena satánica es la que mejores micros da. Los clavos tintineando dan escalofríos. Un saludo.

Eva dijo...

Gracias Mar!! Un saludo a ti también ;-)

Rocío Romero dijo...

Madre mía, qué miedito Eva, uff. Estupendo y aterrador, la impresión siempre es mayor si hay niños en medio :-(
Besos