Recetas contra la rutina

Después de ver aquella película de aventuras, yo estaba convencida de que si presionaba con fuerza mis manos contra el techo, podría mantenerme en equilibrio allí arriba, haciéndole contrapeso a la gravedad a mis tiernos siete años. No me importaba que mis padres hablasen de montajes y efectos especiales. Me encaramé al sofá con mi batita rosa y levanté los brazos con gesto suplicante. Mi padre me alzó a regañadientes, sólo para demostrarme mi error y enviarme a la cama. Noté el gotelé frío contra mis palmas, una breve sacudida y el grito de mi madre al dar con mis huesos en el suelo. Me incorporé y alcé la cabeza con orgullo, aunque me había lastimado de verdad. Fue entonces, al levantar la vista, cuando noté que los muebles habían cambiado de lugar, que mis padres me miraban desde arriba, horrorizados, y que la grieta del techo crecía, lentamente, bajo mis pies.